Concurso Microrrelatos 2
Bienvenido al Concurso De Microrrelatos

organizado por el taller Literario La Nave Fue y Volvió.

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11/26/2008

[NULO]Encuentro Hot

El siguiente relato puede herir la susceptibilidad de lector.

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Mi encuentro más hot fue una tarde. Y fue tarde también. Sí, tarde, pues ya estaba por ese entonces un poco pasadita de hervor, como dicen. La mayoría de las chicas de mi edad ya tenían bastante más experiencia que yo o, al menos, eso contaban en las nochecitas de verano cuando nos quedábamos una en la casa de otra y podíamos llegar a perder toda una noche contando aventurillas amorosas. Al principio era fácil disimular que a mí nunca me había pasado nada. Con la cuestión del asombro y esas frases cortitas como “¿no te dio miedo...?!!!?” “yo me muero...!!!!” “Y...? qué hiciiiiste......??” vas tapando la envidia, el temor (de que nunca te pase nada interesante), la desilusión o la inseguridad de imaginar que “debo ser demasiado fea o tonta o aburrida”.

Ya hacía como dos meses que el chico que me gustaba me daba bola. Salíamos, charlábamos, bailábamos juntos. Había señales claras: bastaba que yo llegara para que se clave en su cara una sonrisa permanente; cuando estábamos en grupo registraba absolutamente todos mis cambios de posición, de interlocutor, de ánimo, etc. Aún así cada vez que nos aproximábamos a menos de 15 cm terminábamos rozando nuestros brazos como tropezando pero menos bruscamente, claro. Cuando hablábamos no dejaba de arquear sus cejas hacia arriba con una leve dilatación de las pupilas (yo había leído en una revista que ésta era una prueba irrefutable). Pero después, todos los encuentros terminaban igual: un simple “chau-chau”, “nos vemos-nos vemos”, “hablamos-hablamos”. En otras palabras, parecía interesado pero nunca pasaba nada.

Un buen día, arreglamos para ir al cine. Yo estaba dispuesta a jugarme el todo por el todo. Preparé las cosas lo suficientemente mal como para tener motivos de sobra para ponerme bien nerviosa: en mi casa dije que salía con una amiga, con lo cual el condimento de ser descubierta en la mentira me conflictuaba lo necesario para sentirme un poco peor. La hora llegó igual. Nos encontramos en una esquina, sacamos las entradas y entramos a la sala. No iba a haber una situación más oportuna que ésta: si él no se animaba iba a tomar la iniciativa yo y ¡basta! Estaba dispuesta a tomarle la mano de sopetón (eso era lo más atrevido y contundente que se me había ocurrido para iniciar un acercamiento amatorio).

La cuestión es que cuando me pareció que era el momento justo para comenzar el approach, me doy cuenta que tenía las manos todas transpiradas de tanto apretar la correa de la cartera mientras trataba de aquietar los latidos de mi corazón. Entonces, me levanté y me fui al baño. Después de todo no estaba tan mal que me arregle el maquillaje y el flequillo antes que pasara algo. Pero nada parecía suficiente, la humedad ambiente se aliaba con mis crenchas mucho más electrizadas que lo merecido (me había pasado veinte minutos con la planchita y el cepillo tratando de domesticar las crines), la remera que quería usar no estaba seca y me tuve que poner otra que ya me había visto la última vez que salimos y, para colmo, las patillas de mis anteojos se torcieron dándome un look de nerd-flan-bodoque insostenible. Respiré hondo tres veces, pensé que si yo le gustaba tanto a él como él a mí no me iba a sacar los defectos. Después de todo, los anteojos me los podía sacar (la película no me importaba un pepino) y era preferible tener cara de dormida antes que de boluda. Y así fue como volví a entrar en la sala. Anteojos en mano... ya estaba re jugada... Me senté resuelta, no lo miré de frente porque no quería que se note la inquietud y le di la mano sin pensarlo dos veces (más).

Inesperadamente, él sí me miró. Me acarició la mano, el brazo, me apretó con ternura desde la muñeca hasta el hombro. Allí se detuvo y me alivió las tensiones. D I O S ¡Qué bueno que se estaba poniendo!! Tenía cada uno de mis hombros en sus manos. Casi un abrazo pero mejor: parecía que con mi empujoncito inicial se había animado y ahora tomaba las riendas de la situación, maduro, varonil. Lo más natural del mundo, como si comprendiese las durezas que habían generado en los omóplatos las ansiedades acumuladas hasta aquel momento, se detuvo firme en ellos, casi podría decir que me sostuvo, viril, seguro. Empecé a relajarme cada vez más. Me sentía en el buen camino. No podría haberlo imaginado mejor. Creo que debajo de las caricias seguras de sus dedos mi piel empezaba a temblar.

Sus yemas iban arriba y abajo sobre toda la superficie central de la espalda. Con una precisión exacta: más suave me hubiera provocado cosquillas, más fuerte me hubiera incomodado. Esos dedos sabían lo que hacían y en mí crecía la irresistible necesidad de entregarme a sus masajes. Paso a paso conquistó la nuca, región de la cabeza inexistente en mi registro corporal hasta ese momento. Y no sé muy bien cómo descendió hasta las axilas.

Mis axilas se ahuecaron como nidos, abriendo la posibilidad de que esos puños se revolcaran en ellas. Mi cuerpo se adaptaba elástico a los mandatos de sus roces. Si no hubiera tenido que guardar silencio le hubiera suplicado, sumisa como una esclava por elección, que recorriera cada centímetro de mi piel. No estoy muy segura pero creo que todas esas palabras acalladas se transformaron en gemidos suaves, de esos que aletean cerquita de los oídos. Nunca lo sabré. No, nunca. Porque tuve que salir corriendo.

Digo corriendo literalmente. Cuando prendieron la luz de la sala (seguramente había terminado la película) vi con claridad que mi chico, el que durante dos meses me había histeriqueado infantil, estaba sentado dos o tres filas más adelante. Quien sabe qué había creído cuando no volví más del baño. Quien sabe quién era el señor que me besó apasionadamente durante todo ese tiempo. No supe qué decir y, por supuesto, corrí lo más rápido posible.

Pilo

2 criticas constructivas:

Anónimo dijo...

No llega a pornoliteratura pero pareciera que si, ja ja ja. Tiene un grado de humor contagioso.

Sisebuto dijo...
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