La hiena lloró y todos la rodearon para reconfortarla. La sangre de los nuestros, los miserables, inundaba la sala. En la hora crepuscular, los otros le escupieron por haberle hecho daño a la tierna criatura. El espanto en sus pupilas. La sangre de Dios no estaba allí. Sus yemas ya no dejaban huella. Mientras, alguien reía… o sollozaba arropada por un grupo de diletantes en el arte de lo humano.
cobertizoBienvenido al Concurso De Microrrelatos
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1 criticas constructivas:
Noto cierta connotación bíblica en este micro, igual hay algo que me deconcierta.
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