Siempre los objetos aparecían con formas de rostros humanos o de animales, sólo bastaba que Darío mirara sin ver un punto fijo y la forma surgía sola como un acto de magia. El efecto desaparecía cuando él parpadeaba.
Nunca supo por qué pero aquella mañana el árbol fue un dragón, imponente, amenazante y sus ojos se agrandaron hasta tal punto que no pudo cerrarlos y el fuego lo incineró.
2 criticas constructivas:
La irrealidad es el ambito de este texto, fantástico en su esencia, loco en sus ideas.
La fascinación por el fuego termina consumiendo al propio personaje. La paradoja de rendir culto a un dios primitivo.
Publicar un comentario