Me desperté, la abracé, y supe que no era Adela.
No necesité abrir los ojos para saberlo. En el cuarto ajeno se respiraba sosiego, aroma de piel lozana y canela almibarada, que me embriagaba hasta hacerme perder el sentido. Y también el pudor a mostrar mi cuerpo gastado que sentía más patético, si cabe, al acariciar el suyo.
Ella aceptó el abrazo con alegría, ansiosa por participar, por complacerme, y me olvidé de otra carne marchita, de las disputas caseras, de la monotonía conyugal… Y hasta de su mercantil oficio, fantaseando con el espejismo de su amor desinteresado.



2 criticas constructivas:
Un tema viejo como el oficio, en un cuento muy bien planteado desde un ángulo diferente.
Un relato de mujer comprada para sustentar la vida del ´pobre personaje.
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