Debí podar el ciruelo en el otoño, Inés. No dejarlo florecer ni dar frutos. Debí secarlo, cortarle el tronco, prenderlo fuego; así no tendría que ver tu cara treintainueve veces, Inés, ni tus brazos de ramas, tus pies de raíces, tus párpados de hojas. Treintainueve ciruelas dio este verano, treintainueve Inesitas con corazón de carozo, treintainueve Inesitas mirándome burlonas, desafiantes, rojas como tu carne abierta, Inés, agrias, amargas, incomibles. ¡Y con lo que me gustan las ciruelas! Sí, debí podarlo en el otoño o, mejor, debí enterrarte bajo el kinoto, Inés. ¡Qué fruta de mierda ese kinoto!
3 criticas constructivas:
Ja ja ja, lo inevitable de no haber hecho algo... me gusto mucho y el final me hizo reir, no se que tiene la palabra "mierda" que cuando está bien colocada tiene un gran efecto.
Sí que me causó gracia, opino como Pablo. Uno lee el cuento sin saber bien qué quiere decir hasta que llega el remate. Muy bueno por lo espontáneo.
está bien. no sé si es un gran cuento, pero es gracioso. mi voto es positivo
Publicar un comentario